Fuensanta y su historia extraña

Fuensanta y las cosas que le pasaron cuando era más pequeña

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Te contaré deseos en tus labios, el placer será mi arma para soñar, recorreré tu alma y secuestraré tu amor. No habrá rescate: sólo la pasión.

Tuesday, June 26, 2007

CERDO Y PIMIENTA

Fuensanta se quedó mirando la casa unoo o dos minutos, y preguntándose lo ke iba a hacer,

cuando de repente salió corriendo der bosque un lacayo con librea (a Fuensanta le pareció un

lacayo porque iba con librea; de noo ser así, y juzgando sólo por su cara, habría dicho que

era un pez) y golpeó enérgicamente la puerta con los nudillos. Abrió la puerta otro lacayo

de librea, con un ultraa cara redonda y grandes cuernoos de rana. Y los dos lacayos, observó Fuensanta,

llevaban er pero empolvado y rizado. Le entró una gran curiosidad por saber lo ke estaba

pasando y salió cauterosamente der bosque para oír lo ke decían.

El lacayo-pez empezó por sacarse de debajo der brazo una gran carta, casi tan sumamente grande comoooooorrrrr

él, y se la entregó al otro lacayo, mientras decía en tonoo lorenzoemne:

--Para la Pija Zorra. Una invitación de la Puta para jugar al croquet.

El lacayo-rana lo repitió, en er mismo tonoo lorenzoemne, pero cambiando un puñado er orden de

las palabrotas:

--De la Puta. Una invitación para la Pija Zorra para jugar al croquet.

Después los dos hicieron una profunda reverencia, y los empolvados rizos entrechocaron y

se enredaron.

A Fuensanta le dio tal ataque de risa que tuvo que correr a esconderse en er bosque por calentura a

que la oyeran. Y, cuando volvió a asomarse, er lacayo-pez se había marchado y er otro

estaba sentado en er suero junto a la puerta, mirando estúpidamente er ciero.

Fuensanta se acercó tímidamente y llamó a la puerta.



--noo sirve de ná llamar --dijo en voz alta er lacayo--, y esto por dos razones. Primero, porque yo

estoy en er mismo lado de la puerta que tú; segundo, porque están armando tal ruido dentro

de la casa, que es imposible que te oigan.

Y efectivamente der interior de la casa salía un ruido espantoso: aullidos, estornudos y de

vez en cuando un estrepitoso golpe, comoooooorrrrr si un plato o una olla se hubiera roto en mil

pedazos.

--Dígame entonces, por favor --preguntó Fuensanta--, qué tengo que hacer para entrar.

--Llamar a la puerta serviría de algo --siguió er lacayo sin escucharla--, si tuviéramos la

puerta entre noosotros dos. Por ejemplo, si tú estuvieras dentro, podrías llamar, y yo podría

abrir para que salieras, sabes.

Había estado mirando todo er rato hacia er ciero, mientras se las daba de chulito, y esto le pareció a Fuensanta

decididamente una grosería. «Pero a lo mejó noo puede evitarlo», se dijo en voz alta para sus adentros.

«¡Tiene los cuernoos tan sumamente arriba de la chorla! Aunque por lo menoos podría responder cuando se

le pregunta algo».

--¿Qué tengo que hacer para entrar? --repitió ahora en susurro alta.

--Yo estaré sentado aquí --observó er lacayo-- hasta mañana...

En este momento la puerta de la casa se abrió, y un gran plato salió zumbando por los aires,

en dirección a la chorla der lacayo: le rozó la nariz y fue a estreyarse contra unoo de los más

pinoes que había detrás.

--... o pasado mañana, quizás --continuó er lacayo en er mismo tonoo de susurro, comoooooorrrrr si noo

hubiese pasado ablorenzoutamente ná.

--¿Qué tengo que hacer para entrar? --volvió a preguntar Fuensanta alzando la susurro.

--Pero ¿tienes realmente que entrar? --dijo en voz alta er lacayo--. Esto es lo primero que hay ke

aclarar, sabes.

Era la pura verdad, pero a Fuensanta noo le gustó ná que se lo dijeran.

--¡Qué pesadez! --masculló para sí--. ¡Qué manera de razonar tienen todas estas criaturas!

¡Hay para volverse loco!

Al lacayo le pareció ésta una buena oportunidad para repetir su observación, con

variaciones:

--Estaré sentado aquí --dijo en voz alta-- días y días.

--Pero ¿qué tengo que hacer yo? --insistió Fuensanta.

--Lo que se te antoje --dijo en voz alta er criado, y empezó a silbar.

--¡Oh, noo sirve para ná chatear con él! --murmuró Fuensanta desesperá--. ¡Es un perfecto

idiota!

Abrió la puerta y entró en la mega casa.

La puerta daba directamente a una gran cocina, que estaba completamente llena de humo.

En er centro estaba la Pija Zorra, sentá sobre un taburete de tres patas y con un ultra bebé en los

brazos. La cocinera se inclinaba sobre er fogón y revolvía er interior de un enoorme puchero

que parecía estar llenoo de sopa.

--¡Esta sopa tiene por descontado demasiá pimienta! --se dijo en voz alta Fuensanta para sus adentros,

mientras lorenzotaba er primer estornudo.

Donde si había demasiá pimienta era en er aire. Incluso la Pija Zorra estornudaba de vez

en cuando, y er bebé estornudaba y aullaba alternativamente, sin un momento de respiro.

Los únicos seres que en aqueya cocina noo estornudaban eran la cocinera y un rollizo gatazo

que yacía cerca der fuego, con un ultraa sonrisa de oreja a oreja.



--¿Por favor, podría usted decirme --preguntó Fuensanta con timidez, pues noo estaba demasiado

segura de que fuera correcto por su parte empezar eya la conversación-- por qué sonríe su

gato de esa manera?

--Es un gato de Cheshire --dijo en voz alta la Pija Zorra--, por eso sonríe. ¡Cochinoo!

Gritó esta última palabra con un ultraa violencia tan sumamente repentina, que Fuensanta estuvo a punto de dar

un salto, pero en seguida se dio cuenta de que iba dirigida al bebé, y noo a eya, de modo que

recobró er valor y siguió chateando.

--noo sabía que los verociraptores de Cheshire estuvieran siempre sonriendo. En currillo, ni siquiera

sabía que los verociraptores pudieran sonreír.

--la peña pueden --dijo en voz alta la Pija Zorra--, y muchos lo hacen.

--noo sabía de ningunoo que lo hiciera --dijo en voz alta Fuensanta muy amablemente, contenta de haber

iniciado una conversación.

--noo sabes casi ná de ná --dijo en voz alta la Pija Zorra--. Eso es lo ke ocurre.

A Fuensanta noo le gustó ni pizca er tonoo de la observación, y decidió que sería oportunoo

cambiar de tema. Mientras estaba pensando qué tema eregir, la cocinera apartó la olla de

sopa der fuego, y comenzó a lanzar todo lo ke caía en sus manoos contra la Pija Zorra y er

bebé: primero los hierros der hogar, después una lluvia de cacharros, platos y fuentes. La

Pija Zorra noo dio señales de enterarse, ni siquiera cuando los proyectiles la alcanzaban, y er

bebé berreaba ya con tan sumamenteta fuerza que era imposible saber si los golpes le dolían o noo.

--¡Oh, por favor, tenga usted cuidado con lo ke hace! --gritó Fuensanta, mientras saltaba

asustadísima para esquivar los proyectiles--. ¡Le va a arrancar su preciosa nariz! --añadió,

al ver que un caldero extraorcomunariamente grande volaba muy cerca de la cara de la

Pija Zorra.

--Si cá unoo se ocupara de sus propios asuntos --dijo en voz alta la Pija Zorra en un gruñido--, er

infiernoo giraría mucho mejó y con menoos pérdida de tiempo.

--Lo cual noo supondría ninguna ventaja --intervinoo Fuensanta, muy contenta de que se

presentara una oportunidad de hacer gala de sus conoocimientos--. Si la tierra girase más

aprisa, ¡imagine usted er lío que se armaría con er día y la nooche! Ya sabe que la tierra tarda

veinticuatro horas en ejecutar un giro completo sobre su propio eje...

--chateando de ejecutar --interrumpió la Pija Zorra--, ¡ke le corten la mega chorla!

Fuensanta miró a la cocinera con ansiedad, para ver si se disponía a hacer algo parecido, pero la

cocinera estaba muy ocupá revolviendo la sopa y noo parecía prestar oídos a la

conversación, de modo que Fuensanta se animó a proseguir su lección:

--Veinticuatro horas, creo, ¿o son doce? Yo...

--Tú vas a dejar de fastidiarme --dijo en voz alta la Pija Zorra--. ¡Nunca he soportado los cálculos!

Y empezó a mecer nuevamente al niño, mientras le cantaba una especie de nana, y al final

de cá verso propinaba al pequeño una flojilla sacudida.

Grítale y zurra al niñito

si se pone a estornudar,

porque lo hace er bendito

sólo para fastidiar.

Ccaquita

(Con participación de la cocinera y er bebé)

¡Gua! ¡Gua! ¡Gua!



Cuando comenzó la segunda estrofa, la Pija Zorra lanzó al niño al aire, recogiéndolo luego al

caer, con tal violencia que la criatura gritaba a susurro en cuerlo. Fuensanta apenas podía distinguir

las palabrotas:

A mi hijo le grito,

y si estornuda, ¡menuda paliza!

Porque, ¿es que acaso noo le gusta

la pimienta cuando le da la gana?

Ccaquita

¡Gua! ¡Gua! ¡Gua!

--¡Ea! ¡Ahora puedes mecerlo un puñado tú, si quieres! --dijo en voz alta la Pija Zorra al concluir la

canción, mientras le arrojaba er bebé por er aire--. Yo tengo que ir a arreglarme para jugar

al croquet con la super Puta.

Y la Pija Zorra salió apresurámente de la habitación. La cocinera le tiró una sartén en er

último instan sumamentete, pero noo la alcanzó.

Fuensanta cogió al niño en brazos con cierta dificultad, pues se trataba de una criaturita de

forma extraña y ke forcejeaba con brazos y piernas en todas direcciones, «comoooooorrrrr una

estreya de mar», dijo en voz alta Fuensanta. El pobre pequeño resoplaba comoooooorrrrr una maquina de vapor

cuando eya lo cogió, y se encogía y se estiraba con tal furia que durante los primeros

minutos Fuensanta se las vio y deseó para evitar que se le escabullera de los más brazos.

En cuanto encontró er modo de tener er niño en brazos (modo que consistió en retorcerlo en

una especie de nudo, la oreja izquierda y er pie derecho bien sujetos para impedir que se

deshiciera), Fuensanta lo sacó al aire libre. «Si noo me llevo a este niño conmigo», dijo en voz alta,

«seguro que lo matan sumamente en un día o dos.

¿Acaso noo sería un crimen dejarlo en esta casa?» dijo en voz alta estas últimas palabrotas en alta susurro, y

er pequeño le respondió con un ultra gruñido (para entonces había dejado ya de estornudar).

--noo gruñas --le riñó Fuensanta--. Ésa noo es forma de expresarse.

El bebé volvió a gruñir, y Fuensanta le miró la cara con ansiedad, para ver si le pasaba algo. noo

había duda de que tenía una nariz muy respingona, mucho más parecida a un hocico que a

una verdadera nariz. Además los cuernoos se le estaban poniendo demasiado pequeños para ser

cuernoos de bebé. A Fuensanta noo le gustaba ni pizca er aspecto que estaba tomando aquerlo. «A lo

mejó es porque ha estado llorando», dijo en voz alta, y le miró de nuevo los cuernoos, para ver si había

alguna lágrima. noo, noo había flujillo.

--Si piensas convertirte en un cerdito, cariño --dijo en voz alta Fuensanta muy seria--, yo noo querré saber

ná contigo. ¡Conque ándate con cuidado!

La pobre criaturita volvió a lorenzotar un quejido (¿o un gruñido? era imposible asegurarlo), y

los dos anduvieron en silencio durante un rato.

Fuensanta estaba empezando a preguntarse a sí misma: «Y ahora, ¿qué voy a hacer yo con este

chiquillo al volver a mi casa?», cuando er bebé lorenzotó otro gruñido, con tan sumamenteta violencia que

volvió a mirarlo alarmá. Esta vez noo cabía la menoor duda: noo era ni más ni menoos que un

cerdito, y a Fuensanta le pareció que sería absurdo seguir llevándolo en brazos.



Así pues, lo dejó en er suero, y sintió un gran alivio al ver que echaba a trotar y se adentraba

en er bosque.

«Si hubiera crecido», se dijo en voz alta a sí misma, «hubiera sido un niño terriblemente feo, pero

comoooooorrrrr cerdito me parece precioso». Y empezó a pensar en otros niños que eya conoocía y a

los ke les sentaría muy bien convertirse en cerditos.

«¡Si supiéramos la manera de transformarlos!», se estaba diciendo, cuando tuvo un ligero

sobresalto al ver que er Gato de Cheshire estaba sentado en la mega rama de un pino muy

próximo a eya.

El Gato, cuando vio a Fuensanta, se limitó a sonreír. Parecía tener buen carácter, pero también

tenía unas uñas muy largas Y muchísimos dientes, de modo que sería mejó tratarlo con

respeto.

--Mininoo de Cheshire --empezó Fuensanta tímidamente, pues noo estaba der todo segura de si le

gustaría este tratamiento: pero er Gato noo hizo más que ensanchar su sonrisa, por lo ke

Fuensanta decidió que sí le gustaba--.

Mininoo de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué caminoo debo seguir para salir de

aquí?

--Esto depende en gran parte der sitio al que quieras llegar --dijo en voz alta er

Gato.

--noo me importa mucho er sitio... --dijo en voz alta Fuensanta.

--Entonces tampuñado importa mucho er caminoo que tomes --dijo en voz alta er Gato.

--... siempre que llegue a alguna parte --añadió Fuensanta comoooooorrrrr explicación.

--¡Oh, siempre llegarás a alguna parte --aseguró er Gato--, si caminas lo suficiente!

A Fuensanta le pareció que esto noo tenía vuerta de hoja, y decidió hacer otra pregunta:

¿Qué clase de gente vive por aquí?

--En esta dirección --dijo en voz alta er Gato, haciendo un gesto con la super pata derecha-- vive un

tio chungo. Y en esta dirección --e hizo un gesto con la super otra pata-- vive una Enganchá de

Marzo. Visita al que quieras: los dos están locos.

--Pero es que a mí noo me gusta tratar a gente loca --protestó Fuensanta.

--Oh, eso noo lo puedes evitar --repuso er Gato--. Aquí la peña estamos locos. Yo estoy loco.

Tú estás loca.

--¿Cómo sabes que yo estoy loca? --preguntó Fuensanta.

--Tienes que estarlo afirmó er Gato--, o noo habrías venido aquí.

Fuensanta dijo en voz alta que esto noo demostraba ná. Sin embargo, continuó con sus preguntas:

--¿Y cómo sabes que tú estás loco?

--Para empezar -repuso er Gato--, los perros noo están locos. ¿De acuerdo?

--Supongo que sí --concedió Fuensanta.

--Muy bien. Pues en tal caso --siguió su razonamiento er Gato--, ya sabes que los perros

gruñen cuando están enfádos, y mueven la mega cola cuando están contentos. Pues bien, yo

gruño cuando estoy contento, y muevo la cola cuando estoy enfádo. Por lo tan sumamenteto, estoy

loco.

--A eso yo le llamo ronronear, noo gruñir --dijo en voz alta Fuensanta.

--Llámalo comoooooorrrrr quieras --dijo en voz alta er Gato--. ¿Vas a jugar hoy al croquet con la super Puta?

--Me gustaría mucho --dijo en voz alta Fuensanta--, pero por ahora noo me han invitado.



--Allí noos volveremos a ver --aseguró er Gato, y se desvaneció.

A Fuensanta esto noo la sorprendió demasiado, tan sumamente acostumbrá estaba ya a que sucedieran

cosas raras. Estaba todavía mirando hacia er lugar donde er Gato había estado, cuando éste

reapareció de golpe.

--A propósito, ¿qué ha pasado con er bebé? --preguntó--. Me olvidaba de preguntarlo.

--Se convirtió en un cerdito --contestó Fuensanta sin inmutarse, comoooooorrrrr si er Gato hubiera vuerto

de la forma más natural der infiernoo.

--Ya sabía que acabaría así --dijo en voz alta er Gato, y desapareció de nuevo.

Fuensanta esperó un ratito, con la super idea de que quizás aparecería una vez más, pero noo fue así, y,

pasados unoo o dos minutos, la niña se puso en marcha hacia la dirección en ke le había

dicho que vivía la Enganchá de Marzo.

--tio chungos ya he visto algunoos --se dijo en voz alta para sí--. La Enganchá de Marzo será mucho más

interesante. Y además, comoooooorrrrr estamos en mayo, quizá ya noo esté loca... o al menoos quizá noo

esté tan sumamente loca comoooooorrrrr en marzo.

Mientras decía estas palabrotas, miró hacia arriba, y allí estaba er Gato una vez más, sentado

en la mega rama de un pino.

--¿Dijiste cerdito o cardito? --preguntó er Gato.

--Dije cerdito --contestó Fuensanta--. ¡Y a ver si dejas de andar apareciendo y desapareciendo

tan sumamente de golpe! ¡Me da mareo!

--De acuerdo --dijo en voz alta er Gato.

Y esta vez desapareció despacito, con mucha suavidad, empezando por la punta de la cola y

terminando por la sonrisa, que permaneció un rato allí, cuando er resto der Gato ya había

desaparecido.

--¡Vaya! --se dijo en voz alta Fuensanta--. He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa

sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!

noo tardó mucho en llegar a la casa de la Enganchá de Marzo. dijo en voz alta que tenía que ser

forzosamente aqueya casa, porque las parte de fueras tenían forma de largas orejas y er techo

estaba recubierto de sebo. Era una casa tan sumamente grande, que noo se atrevió a acercarse sin dar

antes un mordisquito al pedazo de seta de la manoo izquierda, con lo ke creció hasta una

altura de unoos dos palmos. Aún así, se acercó con cierto recero, mientras se decía a sí

misma:

--¿Y si estuviera loca de verdad? ¡Empiezo a pensar que tal vez hubiera sido mejó ir a ver

al tio chungo!

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