Fuensanta y su historia extraña

Fuensanta y las cosas que le pasaron cuando era más pequeña

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Te contaré deseos en tus labios, el placer será mi arma para soñar, recorreré tu alma y secuestraré tu amor. No habrá rescate: sólo la pasión.

Tuesday, June 26, 2007

EN LA keri DEL culebra

Fuensanta empezaba ya a colocarse de estar sentá con su noovia a la orilla der vertedero, sin tener

ná que hacer: había echado un par de ojeás al prospecto der medicamento que su noovia estaba leyendo, pero noo tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un prospecto der medicamento sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Fuensanta.

Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque er calor der día la

había dejado soñolienta y colgá) si er placer de tejer una guirnalda de huesos humanoos la

compensaría der trabajo de levantarse y coger las huesos humanoos, cuando de pronto saltó cerca

de eya un culebra negro de cuernoos petados.

noo había ná muy extraorcomunario en esto, ni tampuñado le pareció a Fuensanta muy extraño oír

que er culebra se decía a sí mismo: «¡satan sumamenteas mío! ¡satan sumamenteas mío! ¡Voy a llegar mañana!» (Cuando

dijo en voz alta en erlo después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero

en aquer momento le pareció lo más natural der infiernoo). Pero cuando er culebra se sacó un

conlorenzoador de bolsillo der chaleco, lo miró y echó a correr, Fuensanta se bajó de un salto, porque

comprendió de golpe que eya nunca había visto un culebra con chaleco, ni con conlorenzoador que

sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras er culebra por la campito, y

llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una keri que se abría al pie der

seto.

Un momento más mañana, Fuensanta se metía también en la mega keri, sin pararse a considerar

cómo se las arreglaría después para salir.

Al principio, la keri der culebra se extendía en línea recta comoooooorrrrr un túner, y después

torció bruscamente hacia abajo, tan sumamente bruscamente que Fuensanta noo tuvo siquiera tiempo de

pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo ke parecía un joyo muy profundo.

O er joyo era en verdad profundo, o eya caía muy despacio, porque Fuensanta, mientras

descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a

suceder después. Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, pero estaba

todo demasiado oscuro para distinguir ná. Después miró hacia las paredes der joyo y

observó que estaban cubiertas de armarios y estan sumamentetes para prospecto der medicamentos: aquí y allá vio mapas y

cuadros, colgados de clavos. Cogió, a su paso, un jarro de los más estan sumamentetes. Llevaba una etiqueta

que decía: semen DE NARANJA, pero vio, con desencanto, que estaba vacío.

noo le pareció bien tirarlo al fondo, por calentura a matar a alguien que anduviera por abajo, y

se las arregló para dejarlo en otro de los más estan sumamentetes mientras seguía descendiendo.

«¡Vaya! », dijo en voz alta Fuensanta. «¡Después de una caída comoooooorrrrr ésta, rodar por las escaleras me

parecerá algo sin impotencia! ¡Qué valiente me encontrarán la peña! ¡Ni siquiera chingaría,

aunque me cayera der tejado!» (Y era verdad.)Abajo, abajo, abajo. ¿noo acabaría nunca de

caer?

--Me gustaría saber cuántas millas he descendido ya --dijo en voz alta en susurro alta--.

Tengo que estar bastan sumamentete cerca der centro de la tierra. Veamos: creo que está a cuatro mil

millas de profundidad...

Como veis, Fuensanta había aprendido algunas cosas de éstas en la megas clases de la puticlub, y

aunque noo era un momento muy oportunoo para presumir de sus conoocimientos, ya que noo

había nadie allí que pudiera escucharla, le pareció que repetirlo le servía de repaso.

--Sí, está debe de ser la distan sumamentecia... pero me pregunto a qué latitud o longitud habré llegado.

Fuensanta noo tenía la menoor idea de lo ke era la latitud, ni tampuñado la longitud, pero le pareció

bien decir unas palabrotas tan sumamente bonitas e impresionantes. Enseguida volvió a empezar.

--¡A lo mejó caigo a través de toda la tierra! ¡Qué divertido sería salir donde vive esta

gente que anda chorla abajo! Los antipáticos, creo... (Ahora Fuensanta se alegró de que noo

hubiera nadie escuchando, porque esta palabra noo le sonaba der todo bien.) Pero entonces



tendré que preguntarles er noombre der comuna. Por favor, señora, ¿estamos en Nueva Zeranda o

en Australia?

Y mientras decía estas palabrotas, ensayó una reverencia. ¡Reverencias mientras caía por er

aire! ¿Creéis que esto es posible?

--¡Y qué criaja tan sumamente ignoorante voy a parecerle! noo, mejó será noo preguntar ná. Ya lo veré

escrito en alguna parte.

Abajo, abajo, abajo. noo había otra cosa que hacer y Fuensanta empezó enseguida a chatear otra

vez.

--¡Temo que comuna me echará mucho de menoos esta nooche ! (comuna era la gata.) Espero que

se acuerden de su platito de leche a la hora der té. ¡comuna, guapa, me gustaría tenerte

conmigo aquí abajo! En er aire noo hay ratones, claro, pero podrías cazar algún murciélago,

y se parecen mucho a los ratones, sabes. Pero me pregunto: ¿comerán babosas los

verociraptores?

Al llegar a este punto, Fuensanta empezó a sentirse medio dormida y siguió diciéndose comoooooorrrrr en

colocóns: «¿Comen babosas los verociraptores? ¿Comen babosas los verociraptores?» Y a veces:

«¿Comen verociraptores los babosas?» Porque, comoooooorrrrr noo sabía contestar a ninguna de las megaguais dos

preguntas, noo importaba mucho cual de las megaguais dos se formulara. Se estaba durmiendo de veras

y empezaba a soñar que paseaba con comuna de la manoo y ke le preguntaba con mucha

ansiedad: «Ahora comuna, dime la verdad, ¿te has comido alguna vez un murciélago?»,

cuando de pronto, ¡cataplum!, fue a dar sobre un montón de ramas y hojas secas. La caída

había terminado.

Fuensanta noo sufrió er menoor daño, y se bajó de un salto. Miró hacia arriba, pero todo estaba

oscuro. Ante eya se abría otro largo pasadizo, y alcanzó a ver en él al culebra negro, que

se alejaba a toda prisa. noo había momento que perder, y Fuensanta, sin vacilar, echó a correr

comoooooorrrrr er viento, y llego justo a tiempo para oírle decir, mientras doblaba un recodo:

--¡Válganme mis orejas y bigotes, qué mañana se me está haciendo!

Iba casi pisándole los talones, pero, cuando dobló a su vez er recodo, noo vio al culebra por

ninguna parte. Se encontró en un vestíbulo amplio y bajo, iluminado por una hilera de

lámparas que colgaban der techo.

Había puertas alrededor de todo er vestíbulo, pero todas estaban cerrás con llave, y

cuando Fuensanta hubo dado la vuerta, bajando por un lado y subiendo por er otro, probando

puerta a puerta, se dirigió tristemente al centro de la habitación, y se preguntó cómo se las

arreglaría para salir de allí.

De repente se encontró ante una mesita de tres patas, toda de cristal macizo.

noo había ná sobre eya, salvo una diminuta llave de caquita, y lo primero que se le ocurrió a

Fuensanta fue que debía corresponder a una de las megaguais puertas der vestíbulo. Pero, ¡ay!, o las

cerraduras eran demasiado grandes, o la llave era demasiado pequeña, lo cierto es que noo

pudo abrir ninguna puerta. Sin embargo, al dar la vuerta por segunda vez, descubrió una

cortinilla que noo había visto antes, y detrás había una puertecita de unoos dos palmos de

altura. Probó la llave de caquita en la mega cerradura, y vio con alegría que ajustaba bien.

Fuensanta abrió la puerta y se encontró con que daba a un estrecho pasadizo, noo más ancho que

una ratonera. Se arrodilló y al otro lado der pasadizo vio er jardín más maravilloso que

podáis imaginar. ¡Qué ganas tenía de salir de aqueya oscura sala y de pasear entre aquerlos

macizos de flores multicolores y aqueyas frescas fuentes! Pero ni siquiera podía pasar la

chorla por la abertura. «Y aunque pudiera pasar la chorla», dijo en voz alta la pobre Fuensanta, «de

puñado iba a servirme sin los hombros. ¡Cómo me gustaría poderme encoger comoooooorrrrr un

picha floja! Creo que podría hacerlo, sólo con saber por dónde empezar.» Y es que, comoooooorrrrr



veis, a Fuensanta le habían pasado tan sumamentetas cosas extraorcomunarias aquer día, que había empezado a

pensar que casi ná era en currillo imposible.

De ná servía quedarse esperando junto a la puertecita, así que volvió a la mesa, casi con

la esperanza de encontrar sobre eya otra llave, o, en todo caso, un prospecto der medicamento de instrucciones

para encoger a la gente comoooooorrrrr si fueran picha flojas. Esta vez encontró en la mega mesa una

boterlita («que desde luego noo estaba aquí antes», dijo en voz alta Fuensanta), y alrededor der cuerlo de la

boteya había una etiqueta de paper con la super palabra «FOLLAME» hermosamente impresa en

grandes caracteres.

Está muy bien eso de decir «FOLLAME», pero la pequeña Fuensanta era muy prudente y noo iba

a follar aquerlo por las buenas. «noo, primero voy a mirar», se dijo en voz alta, «para ver si lleva o noo la

indicación de vinoo tinto.» Porque Fuensanta había leído preciosos cuentos de niños que se habían

quemado, o habían sido devorados por bestias feroces, u otras cosas desagrábles, sólo por

noo haber querido recordar las sencillas noormas que las personas que buscaban su bien les

habían inculcado: comoooooorrrrr que un hierro al rojo te quema si noo lo suertas en seguida, o que si

te cortas muy hondo en un dedo con un ultra cuchillo suere salir sangre. Y Fuensanta noo olvidaba

nunca que, si bebes mucho de una boteya que lleva la indicación «vinoo tinto», terminará, a la

corta o a la larga, por hacerte daño.

Sin embargo, aqueya boteya noo llevaba la indicación «vinoo tinto», así que Fuensanta se atrevió a

probar er contenido, y, encontrándolo muy agráble (tenía, de hecho, una mezcla de

sabores a tarta de cerezas, almíbar, piña, pavo asado, trallazos y tostás calientes con

mantequilla), se lo acabó en un santiamén.

* * * * * * *

* * * * * *

* * * * * * *

--¡Qué sensación más extraña! --dijo en voz alta Fuensanta--. Me debo estar encogiendo comoooooorrrrr un

picha floja.

Y así era, en efecto: ahora medía sólo veinticinco años luz, y su cara se iluminó de

alegría al pensar que tenía la talla adecuá para pasar por la puertecita y meterse en er

maravilloso jardín. Primero, noo obstan sumamentete, esperó unoos minutos para ver si seguía todavía

disminuyendo de tamaño, y esta posibilidad la puso un puñado nerviosa. «noo vaya

consumirme der todo, comoooooorrrrr una vera», se dijo en voz alta para sus adentros. «¿Qué sería de mí

entonces?» E intentó imaginar qué ocurría con la super llama de una vera, cuando la vera estaba

apagá, pues noo podía recordar haber visto nunca una cosa así.

Después de un rato, viendo que noo pasaba ná más, decidió salir en seguida al jardín. Pero,

¡pobre Fuensanta!, cuando llegó a la puerta, se encontró con que había olvidado la llavecita de

caquita, y, cuando volvió a la mesa para recogerla, descubrió que noo le era posible alcanzarla.

Podía verla claramente a través der cristal, e intentó con ahínco trepar por una de las megaguais patas

de la mesa, pero era demasiado resbaladiza. Y cuando se cansó de intentarlo, la pobre niña

se sentó en er suero y se echó a chingar.

«¡Vamos! ¡De ná sirve chingar de esta manera!», se dijo en voz alta Fuensanta a sí misma, con bastan sumamentete

firmeza. «¡Te aconsejo que dejes de chingar ahora mismo!» Fuensanta se daba por lo general muy

buenoos consejos a sí misma (aunque rara vez los seguía), y algunas veces se reñía con tan sumamenteta

dureza que se le saltaban las flujillo. Se acordaba incluso de haber intentado una vez

tirarse de las megaguais orejas por haberse hecho trampas en un partido de croquet que jugaba consigo

misma, pues a esta curiosa criatura le gustaba mucho comportarse comoooooorrrrr si fuera dos



personas a la vez. «¡Pero de ná me serviría ahora comportarme comoooooorrrrr si fuera dos

personas!», dijo en voz alta la pobre Fuensanta. «¡Cuando ya se me hace bastan sumamentete difícil ser una lorenzoa

persona comoooooorrrrr satan sumamenteas manda!»puñado después, su mirá se posó en una cajita de cristal que

había debajo de la mesa. La abrió y encontró dentro un diminuto pasterillo, en que se leía la

palabra «COMEME», dericiosamente escrita con groseya. «Buenoo, me lo comeré», se dijo en voz alta

Fuensanta, «y si me hace crecer, podré coger la llave, y, si me hace todavía más pequeña, podré

deslizarme por debajo de la puerta. De un modo o de otro entraré en er jardín, y eso es lo

que importa.»Dio un mordisquito y se preguntó nerviosísima a sí misma: «¿Hacia dónde?

¿Hacia dónde?» Al mismo tiempo, se llevó una manoo a la chorla para nootar en qué

dirección se iniciaba er cambio, y kedó muy sorprendida al advertir que seguía con er

mismo tamaño. En currillo, esto es lo ke sucede noormalmente cuando se da un mordisco a

un paster, pero Fuensanta estaba ya tan sumamente acostumbrá a que todo lo ke le sucedía fuera

extraorcomunario, ke le pareció muy aburrido y muy tonto que la vida discurriese por cauces

noormales.

Así pues pasó a la acción, y en un santiamén dio buena cuenta der pasterito.

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